Ha pasado una mala racha, pero ahora está en pleno funcionamiento y ha aumentado su plantilla. Es la primera vez que la visitan dos periodistas extranjeros. En el corazón de la América profunda, la que más quiere a Bush, la planta de McAlester no deja de producir bombas y explosivos. Como nunca desde que se fundó, hace 60 años. Es una inmensa ciudad conectada por 320 kilómetros de vías férreas. Sus obreros se sienten patriotas, quieren cerrar las heridas del 11-S y dar una lección a Sadam o a cualquier otro enemigo de la libertad. Su libertad. El suyo es un gran negocio.